lunes, 6 de septiembre de 2010

EL COSTE DE LA CARNE

Durante la segunda mitad del siglo XX, la actividad ganadera en España ha ido adquiriendo un peso creciente en el conjunto de la producción total agraria hasta situarse, desde mediados de los años 80, en torno al 40% de la misma.

Este desarrollo es consecuencia, aunque también causa, del aumento de la ingesta de carne entre la población, en consonancia con el mayor desarrollo económico y el creciente nivel de vida de la misma, constituyendo la principal fuente de proteínas en nuestra dieta alimentaria en detrimento de otras fuentes proteínicas tradicionales como las legumbres.

Pero, junto a la mayor disponibilidad de renta de la población, la generalización en el acceso a la carne, alimento reservado a las elites económicas hace 50 años, no hubiese resultado posible sin el proceso de intensificación e industrialización que ha experimentado la ganadería española (aves y cerdos, fundamentalmente) frente a un modelo tradicional extensivo, dependiente de los pastos naturales, condicionado por el clima y ligado a la agricultura.

GANADERÍA INTENSIVA. Granjas de engorde de cerdos (arriba) y pollos (abajo). FOTO: Eco13

 La industrialización de la ganadería, independiente del medio natural, con un gran consumo de energía y de piensos importados, ha comportado, por otra parte, importantes cambios en la distribución territorial de la cabaña ganadera y en el tipo de ganado dominante.

Así, frente a las tradicionales provincias húmedas del norte dedicadas al ganado bovino de carne o leche alimentado en prados y pastos naturales y al predominio del vacuno de carne y porcino ibérico extensivos en las tierras adehesadas del oeste y suroeste peninsular, destaca el peso de la ganadería intensiva de aves y cerdos en Murcia y, muy especialmente, en Cataluña.

Composición y tamaño de las unidades ganaderas por provincias. MAPA: Instituto Geográfico Nacional


En contraposición a este modelo de ganadería intensiva, origen de recurrentes episodios de alarma social por problemas de sanidad animal (vacas locas, peste porcina, gripe aviar...), la ganadería extensiva, si bien es incapaz de competir en términos económicos con la intensiva, tiene una gran importancia en España, no sólo por la calidad de los productos generados cada vez más valorados por los consumidores, sino por su contribución medioambiental y social.

Y es que, como afirma el investigador Manuel Rodríguez Pascual, la ganadería extensiva no sólo contribuye a fijar la población en determinadas áreas rurales, sino que "permite aprovechar y mantener ecosistemas de enorme valor ecológico y ambiental como son las dehesas del sudoeste, los pastos de montaña y otras enormes superficies de menor valor nutritivo como son los barbechos, rastrojos y eriales a pastos, extendidos por amplias regiones de la península Ibérica. Además, en gran parte de la España interior y, sobre todo, en los climas áridos o semiáridos de la mitad sur, el ovino mediante prácticas tradicionales (pastoreo, redileo, majadeo) contribuye de manera eficaz a incrementar la materia orgánica y a conservar la cubierta vegetal de los suelos pobres y escasos. Constituye, junto con el caprino, un arma eficaz para el control arbustivo y la prevención de incendios".

 GANADERÍA EXTENSIVA: Piara de cerdos en la dehesa extremeña (arriba). Ovejas merinas en Ciudad Real (centro); foto: Fundación Félix Rodríguez de la Fuente. Vacas lecheras en Galicia (abajo), foto: José Víctor Luna.

Pero, también al contrario, el sobrepastoreo es una de las principales causas de la deforestación, que en las zonas semiáridas y de pendientes pronunciadas, tan abundantes en la Península Ibérica, constituye el primer paso hacia la desertificación.

Además, la huella ecológica (la superficie productiva del planeta necesaria para producir un kg. de carne) y la huella hídrica (el agua consumida o contaminada en su producción) son mayores en la ganadería extensiva que en la intensiva. 

Por no hablar de su contribución al calentamiento global gracias a las emisiones de gases de efecto invernadero de los rumiantes (ganado bovino y ovino), que en España se calculan en un 3% del total, una cifra que, como afirma Clemente Álvarez  puede parecer pequeña, pero que supera la de la aviación nacional (1,8 %) y es similar a la de la industria de refinado del petróleo (3,1): "Cuando se calcula el impacto ambiental de lo que hay en el plato de comida en relación a las emisiones de CO2 se da una tremenda paradoja: la carne de una vaca que paste a su aire en un idílico prado verde genera muchas más emisiones que la de un pollo enjaulado en una explotación industrial.

Además, la ganadería extensiva sostenible es incapaz de garantizar el nivel actual de consumo de carne de la población, que, según los datos de la “Valoración de la Dieta Española de acuerdo al Panel de Consumo Alimentario”,  supone el 170% de lo recomendado por los nutricionistas.

Por tanto, a menos que las pautas de consumo y alimentación se modifiquen,  reduciendo el consumo total de proteinas de origen animal o sacrificando parte de una cantidad excesiva en favor de una mayor calidad, sólo la ganadería intensiva de aves, conejos y cerdos, puede garantizar la demanda de carne actual. Por mucho que estos animales, hacinados en las granjas, sean los peor tratados.